por Paola Jara Vilches.
Siempre ha estado vinculada al trabajo corporal. Y se le nota. Camina erguida, con pasos seguros y siempre con el mentón arriba, mirando a los ojos. Desde los cuatro hasta los catorce años estudió ballet. Ha practicado Tai Chi y Yoga. Incluso hizo de la conciencia corporal su opción laboral. A fines de los setenta, cuando vivió en Estados Unidos, trabajó en empresas, “simplemente enseñándole a la gente a respirar, a tener buena postura, a hacer círculos de cabeza y de hombros cuando están en el escritorio; es un ejercicio total. Ahora ya es normal que inviertan en eso”.
Su entrada al mundo de la Danza Árabe tuvo que ver con una necesidad de encontrar una actividad que le trajera su cuerpo de vuelta después de tener a su hijo. El ejercicio que encontrara debía contener además una motivación espiritual, aspecto que para Ximena es muy importante. Cuenta que por una amiga tuvo la posibilidad de tomar una clase. Su amiga “se juntó con una norteamericana, que se llamaba Bárbara, que también es de las pioneras y las dos juntas hacían un cursito; era cerca de mi casa, el marido de Bárbara ama las guagüitas, le daba besitos en los pies a mi hijo durante toda la clase, así que para mí fue ideal”. Esto fue en el año 1981.
Ximena no tenía ningún interés previo por la Danza Oriental. Incluso, mientras vivió en Estados Unidos vio algunas bailarinas que no llamaron su atención. Sentía que no era para ella, pues no tenía mucho que ver con lo “esotérico budista”, como lo llama. En un proceso lento, de búsqueda, de reflexión, Ximena fue dando forma a su interés por esta danza, de manera de adaptarla a su esencia.
Primero, estaban los inconvenientes concretos, como la escasez de música y otros elementos. Pero había algo que llamaba su atención. “Como ya había hecho ballet, kung fu y danza africana, montones de cosas, me llamó mucho la atención el movimiento, porque tenía que pensar qué músculos uso para hacer este movimiento”.
Desde ese momento inició una exploración en busca de nuevos conocimientos. Tuvo la posibilidad de conectarse con el ambiente de la Danza Árabe en Alemania, pues allá vivía su madre, a quien visitaba cada verano durante un mes. En ese país había un fuerte movimiento de esta danza y así pudo aprender con más detalle las complejidades de esta disciplina.
Y el camino continuó por los lugares que visitaba. “La técnica era ir a un restaurante árabe en la ciudad que estuviera y preguntar si conocían a alguna bailarina, entonces te recomendaban a su mejor amiga, que no necesariamente era lo mejor, uno tomaba unas clases y así, de a poquito”.
En este recorrido encontró a Ivonne Sanhueza, una profesora chilena que había vivido en Alemania. Muchas otras pioneras de la Danza Árabe en nuestro país se formaron con ella. “Tenía muy buena técnica. Ahí, por primera vez, alguien nos explicó bien cómo eran los pasos; tenía mucha mística, era muy amorosa y murió, sorpresivamente, bastante joven y nos dejó huerfanitas”.
Un hecho que marcó un antes y después en su danza ocurrió en 1995. Llegó a sus manos un libro de Shokry Mohamed, maestro egipcio que reside en España. La reacción de Ximena no se hizo esperar. “Le escribí, por carta porque internet todavía no había, y le dije que iba todos los años a España y si sería posible que tomara clases con él y me escribió una carta amorosísima, fue un enchufe inmediato”.
Al principio le chocó que un hombre enseñara la danza. Después comprendería que es algo muy común, pues son los varones quienes ocupan el espacio público en Oriente y quienes bailan en las calles. Luego de una conversación que se transformó en entrevista publicada, el lazo entre ellos se afianzó. “Así ha sido nuestra relación, como de hermanos, desde entonces”.
En ese momento había una bailarina brasilera que quería llevar a Shokry a su país. “Me voy a subir al carro –pensó Ximena-, si está en Brasil lo voy a traer porque aquí en realidad estábamos completamente huérfanas, no había venido nunca un egipcio, nadie a quien tú le pudieras preguntar ¿cómo se baila esta música?”.
En 1996, esta gestión de Ximena marcó un hito en la historia de la Danza Árabe en Chile, pues fue la primera vez que un maestro del nivel de Shokry llegó a nuestro país y juntó a las profesoras. “Fue precioso porque Shokry es un ser muy especial y esa cosa de que sea hombre y tenga su femenino tan desarrollado y sea totalmente masculino, esa gracia que tienen los egipcios que te hacen una miradita y dos centímetros de movimiento de hombros y te hacen llorar de emoción, eso lo tiene Shokry multiplicado”.
Pero no fue fácil, dos días antes del seminario sólo estaban inscritas las alumnas avanzadas de Ximena. “Tomé el teléfono y llamé a ciento veinte personas y las convencí una por una; llegaron cerca de noventa, cien, algo así; después me decían ‘gracias por avisarme’”.
Después de esa primera visita, Shokry vino cinco veces más. Entre medio también nos visitó Nur Banu, bailarina principal de Shokry. Fue la primera vez que las bailarinas chilenas tuvieron la posibilidad de ver la danza del candelabro. Shokry también introdujo el bastón y los crótalos por primera vez.
La avidez de Ximena por aprender y enseñar con rigurosidad la llevó a sortear obstáculos para poder transmitir sus conocimientos. Por ejemplo, cuenta una anécdota acerca de los crótalos que no era posible conseguir: “Yo llegué con los crótalos y tocábamos con unos aros que compré en Patronato, con unos agujeros que me hizo el que hace las llaves, con elástico, porque llegué con los míos, por supuesto que me los traje, pero ni se me ocurrió que iba a poder enseñarlo”.
La inquietud de Ximena por entregar nuevos conocimientos la hizo gestionar la visita de Hossam Ramzy. Desde hacía tiempo ella tenía ganas de tomar clases con él, pero era difícil, siempre en Europa y con elevados precios. “Me pasa que llego y justo se había ido y las chicas estaban alucinadas con lo que habían aprendido con él; me dieron ganas de traerlo y le escribí no más”. Cuenta que desde el primer mail hubo conexión y todo fue muy fácil porque “él es un caballero total y Serena es un amor, encantadora, anti diva total, es amorosísima, además es muy joven y muy evolucionada, es una mujer muy centrada”.
Así es como Ximena ha establecido y mantenido una linda relación con grandes maestros. Incluida Farida Fahmy, gran bailarina egipcia que junto a su marido Alí Reda y su cuñado Mahmoud Reda, fundó el grupo Reda de Danza Popular de Egipto.
Para Ximena es muy importante que las bailarinas tengan la referencia cultural de la danza que practican, pues “están bailando la danza de un país que está muy lejos y tienen que hacer todos los esfuerzos del mundo para contactarse con gente de esa cultura y ver lo que están haciendo”. Por eso, según Ximena, la técnica no basta, es necesario conocer la música “porque puede ser una canción tan conocida como ‘Bésame mucho’; para ellos también, empieza una canción de Om Kolthoum o de Farid Al Atrach e inmediatamente saben la letra, la emoción que tiene”.
La profesionalización de la Danza Árabe hace que la formación sea indispensable. Definirse como bailarina de Danza Oriental implica que detrás están la preparación física necesaria, el manejo de la técnica, el conocimiento de la música, la referencia cultural y una permanente disposición a seguir aprendiendo.
Para Ximena “hay varios niveles con esta danza porque está la danza social, lo que uno baila en las fiestas; eso se aprende en dos o tres meses, fantástico y tampoco importa que hagas un papelón. Cuando te paras en el escenario y la gente tiene los pies a la altura de los ojos, la cosa es distinta”.
Por este mismo argumento se entiende que Ximena no baile en público muy seguido. Para ella no es llegar y hacerlo. Una presentación se justifica y es un aporte cuando la bailarina tiene algo que entregar. Su rigurosidad la ha hecho reservar esta instancia para momentos especiales, como los seminarios que imparte y una danza que todos los años les hace a sus amigos el día de su cumpleaños. Por ejemplo, una presentación recordada por ella fue la que hizo en el observatorio La Silla el año pasado.
El recorrido que ha hecho Ximena en estos años de danza ha sido una búsqueda por esta referencia cultural que fomenta. A eso se deben los viajes que cada año hace a Egipto para seguir tomando clases, su tienda Arabesca que posibilita el acceso a los elementos para la danza y su vínculo con este mundo que nos ha acercado mediante los maestros que ha traído a Chile. “Yo creo que mucho mejor que bailarina, mucho mejor que profesora, lo mejor que he hecho por la danza es establecer ese puente”.
Entrevista publicada en la Revista Awalim ( reproducida con autorización).